La
tejedora hacía nudos de distintas texturas. Cada nudo era un
recuerdo importante. Algo que no debía olvidarse. Los había finos,
casi imperceptibles al tacto. Eran esos que estaban hechos de
momentos ligeros y gráciles. Otros eran fuertes, enérgicos e
incluso deshilachados, se hicieron con las penurias, las bravuras,
los miedos, las pasiones y los duelos.
Ella
nunca juzgaba la forma del punto, apretaba más o menos según lo que
correspondiese. Sin embargo no era ajena a la emoción de cada
instante. Sin perder la sonrisa y la mirada amable, recorría la
cuerda con las manos, añadía nuevos trozos cuando el cordel parecía
acabarse y era inmensamente más delicada con los hilos que con las
maromas. Lo pequeño o frágil ha de tratarse como pequeño o frágil.
Ahora
una doble lazada con forma de infinito, luego un tendal colgón,
después un ocho, un as de guía o un nudo corredizo. La tejedora
lanzaba sus cuerdas mas allá de los puntos cardinales.
Todo
lo hacía de noche, sin luz siquiera. La tejedora era el silencio del
silencio. No es que lo hiciera a escondidas. No. Es que todo lo que
existe tiene un tiempo para verse y uno para guardarse.
¿Cuándo
estará terminado su tapiz? Siempre y nunca. La hilandera jamás
descansa, pues una posibilidad nueva es un millón de caminos. Y un
millón de caminos son cuerdas infinitas y nudos inescrutables.
Las
estrellas en la basta oscuridad son pulseras en sus muñecas,
collares en su cuello y cintas en su pelo. Las gotas de lluvia, las
semillas de las plantas, las montañas de las cordilleras, los
planetas, son lazos y ataduras nacidas de su artesanía y abrazadas a
sus pies. Su corazón es una cuerda que se anuda y desanuda, abre y
cierra, tensa y destensa todo.
¿Por
qué con tu rueca quitas y pones, vives y matas, tejedora? ¿Quién
decide la forma y duración de las amarras? Ella calla y sigue
desatando o apretando. Tensando o destensando. Pero de pronto me
mira. Siento miedo o respeto. Parece que va a hablar:
-
Soy el vientre del vientre. El centro del núcleo. El imán de la
fusión. Cada cuerda es un camino. La textura de la cuerda y la
tensión con la que se recibe el destino, hace que mi tarea sea
neutra. Yo hilo todas las telas y concibo todos los hilos. Río y
lloro con ellos, pues son hijos míos. Los ríos van al mar porque
recuerdan que antes de ser ríos fueron parte de mi océano.
Una
mujer escucha la voz de la gran tejedora. Ella quiere ser en su
pequeño jardín como ella. Hace mantas, jerséis,
bufandas y calcetines. Es tan inocente que no concibe el dolor, la
tiniebla y la muerte. Esta mujer es muy bondadosa. Lleva un pañuelo
negro en la cabeza y viste con ropa oscura y mandil lleno con cien
dibujos de flores pequeñas. Le gusta la noche por su misterio y
silencio. Habla poco porque es dichosa en su hacer. Y conforme teje
ropajes, con la fuerza de su útero teje la vida. ¡Qué bonito es el
paisaje nocturno cuando todo duerme y descansa! La sombra es un
abrazo.
-
¿Madre noche, hasta cuanto se aprieta? ¿Madre noche, hasta cuando
se corta? ¿Madre noche, se puede hacer nudo sobre nudo? ¿Cuál es
el fluir correcto de la soga?
La
gran tejedora ama profundamente a esta mujer y a las mujeres como
ella y siempre contesta lo mismo:
-
Prueba mi hija. Prueba. Todo es probar y volver a probar. Sin prueba
no se decide.
Una
noche
nuestra aprendiz hace un nudo muy denso y por primera vez se asusta.
Es mucha la responsabilidad. ¿Y si equivoco el destino del camino
que tejo? Y por primera vez le tiemblan las manos y la noche se
vuelve fría, y el silencio ahora es mudez ignorante. Tiemblan las
cuerdas en sus manos. Descubre que vida y muerte dependen de su
pericia. Y se pone a llorar sobre los nudos más machacados. Los
repujados con rabia e impotencia llenos de lanas rotas. Decide
anudarse ese dolor dentro, muy dentro. ¿Es por su culpa? Todo brilla
menos ella. Ella que sigue tejiendo pero cada vez mucho mas asustada,
no sabe como explicar. Se carga a la espalda espirales de angustia.
Quiere liberar a los suyos. Quiere que nadie sufra y ata a su propio
destino todos los sufrimientos. Sin querer los atrae. Yo lo llevo todo
y que nadie lo lleve, pero cae de rodillas cuando no puede más. Es
mucha cuerda para una rueca sola.
-
Prueba, mi hija prueba.- Se oye de nuevo.
La
mujer no escucha ya a la tejedora grande. No puede. Traga saliva como
si fuera un cordón de óxido. Tiene miedo de ser mujer. Cree que
nació para yunque de fragua, no quiere serlo, y sin embargo, teje,
planta flores, tiene hijos, ama, riega la tierra y no sale en los
libros de historia. La mujer añora y la noche que antes era tan
amada para ella, tranquila y amorosa, ahora le sirve para llorar.
Ahora le pesa y asusta.
-
¿Por qué esta tarea es para mi? - Con incertidumbre se echa a la
espalda la soga y tira de ella como si llevase el peso de la tierra
entera. - Si suelto alguien lo puede padecer.- Tira y anuda a la vez.
-
Prueba, mi hija prueba. Prueba a ser noche oscura. Vive tu misterio.
De
pronto la mujer vuelve a escuchar a su madre. Y se inspira. Otra vez
es inocente. Siempre lo ha sido. No puede mirar un solo hilo. Tiene
que sentir en las manos la tensión o distensión de la tela entera y
dejar que sea la materia del tapiz la que teja. La misma fuerza de la
fibra la que le saque del lío en el que se ha metido. ¡Ah! Bendita
noche de quien acepta no saber nada, y teje, y vibra, y sin embargo
escucha más allá de vida y de la muerte. Resurge. Baja con humildad
la cabeza y sonríe. No importa que nadie la vea. Hay tiempo para
dejarse ver y tiempo para guardarse. Ella teje feliz porque sabe que
todo va por donde debe, aunque no lo parezca a veces. La noche
permite el día. El día nace de la noche y la voz surge del
silencio. Así es. Ella se sacude el dolor de las manos y espera su
tiempo para hablar. Hay que probar y probar de nuevo. Otra vuelta de
ovillo que gira contento.
La
gran tejedora llama a sus hijas. Tejed y no sintáis lástima por la
brevedad o dureza de algunas cuerdas. Tejed y amad. Amad y tejed.
Pues cada nudo será una puerta y cada puerta un universo. Eso sí,
todo a su tiempo. Ahora las mujeres sonríen. Saben algo que no puede
explicarse. Llenan la noche plena de hilos de plata invisibles. Las
abuelas respiran con el vaho de los bosques de roble. Las abuelas son
un bosque. Uno que es la madre de todos los bosques.