Procuraba no perder la concentración sujetándole las nalgas. El supositorio no podía caerse, eso nunca. Cerrarle el culo a cada mono y mantenerlo cerrado durante tres minutos era vital para el experimento. Los bichines se defendían y arañaban. Pobre becario. Podía perder su beca. Ya tenía el rostro magullado y los brazos muy mordidos cuando descubrió el modo de suavizarse la tarea. Perdió la vergüenza. Fue a por el catedrático con el torpedo de glicerina en la mano y amenazó:
- ¡O me da de paso las prácticas, o mejoro el experimento!
No hay comentarios:
Publicar un comentario