La intención de seguir siendo sólo amigos se difuminó. Fray Segundo caminaba desolado con el candil en la mano, subiendo la escalera de caracol que lleva a la biblioteca. Desde que el bobo de Fray Gilberto, echara la oración a San Antonio, el fantasma del caballero templario había desaparecido.
Fray Segundo añoraba su cara espectral asombrada cuando le leía libros. ¡Ay! Esa noche ya no tendría a su paladín contándole las cruzadas.
Como no podía ser sólo su amigo, tomo el veneno para pasar al otro lado. Iría a buscarlo al cielo, al purgatorio o al infierno para decirle que lo amaba.