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martes, 28 de agosto de 2012
miércoles, 22 de agosto de 2012
Palomares y horizonte.
Palabras que escribió Irma, Utópica (http://unmundofeliz-irma.blogspot.com.es) cuando le regalé este poema. Gracias Irma:
Mi buen amigo Manolo Ferrero fue quien me regaló este bonito poema para mi causa, fue una sorpresa muy agradable, entre utopía y palomares.
Sólo puedo decir que es de la personas más utópicas y con el corazón más grande que conozco, gracias a todos por ser tan utópicos y creer en utopías.
¡¡Qué grande eres Manolo!!
De herencia el horizonte.
“A mi abuelo Manuel Lòpez del Moral Doblas y a mi abuela Dolores Ortiz Cabello que disfrutaban de palomas, rosales y huerto.“ (Manuel Ferrero López del Moral)
En amplio lugar del páramo
antaño huerta con pozo
hoy estampa de trigales,
pensó Nicolás gozoso:
¿Qué podría hacer presto
que a mi nietín revoltoso
le diera gran satisfacción
al corazón y a los ojos?
Venderlo al Ayuntamiento.
No. No saben el poso
que deja tierra sudada
palmo a palmo trabajoso.
Deposito de basura,
cementerio pedregoso,
centro comercial lo harían,
o casa de consistorio.
El dinero no es herencia;
que mi nietín sepa como
el labriego brega y brega
dos perras de sueño hondo.
¿Dárselo a la parroquia
de caridad un tesoro?
No. ¡Qué cuando la guerra,
mientras unos vestían de oro,
otros con dolor labramos
una cruz de campos rotos!
Es más honroso dárselo
a quien trabaja al ardoroso
sol paramés del verano
o con pelonas del otoño!
Creo en la caridad cristiana,
no en mercaderes rollos,
que deshonran lo que predican
hinchándose a comer bollos.
Pero si trabaja ¿A quién?
¿Amará estos surcos hoscos
o los álamos del río,
el azul del cielo rojo,
crepúsculo refrescado
con el botijo prestoso?
Haría acto de nobleza
y ejemplo, pero muy loco.
Mi nieto diría: ¡Nada
me dio! ¡Güelo rumboso!
No haré catedral, cercado,
carretera. Lo que añoro:
levantar aquí una escuela;
pero no hay en el villorio
mas niños que mi guaje
y hacerla vale muchos fondos.
No. No puedo. Soy muy mayor.
¡Ay qué pobre soy! ¡Ay qué solo!
Siete días idos después,
muchos cavilados sofocos,
el viejo Nicolás cambio
su llanto por retozo…
tenía una idea, una utopía.
¡Ya sabía! ¡Qué alborozo!
Junto al río, los álamos,
las estrellas y el pozo,
podía hacer un palomar
para alegrarle los ojos.
Eso sería obra buena
sobre la terrones rojos
teñir de espíritu santo
el azul alto y monótono.
Con sus manos lo levantó
antes de pasarse al otro,
lugar al que acudimos
cuando se gastan los plomos,
y su nieto lo recuerda
como regalo muy hermoso:
“¡Ay Palomar de mi abuelo!
No quieres ser desarrollo,
tristeza con pavimento.
Eres volandero evoco,
bello paisaje humilde
que me lo revela todo.
Eres espíritu eterno
y estás hecho a modo.
No para las apariencias
sino para darnos asombro.