viernes, 25 de febrero de 2011

Con paciencia.

                                                                                                  Dedicado a mi abuelo Manuel.
Como Juanito odiaba las olas, la arena que arrastraban y comer merluza los jueves, declaro en secreto la guerra al mar. Acabaría con él. Pasó por el bar de Toño y  suplicó:
- ¿Antonio, me regalas una pajita de las de beber refrescos?

jueves, 24 de febrero de 2011

Adelina y Arrebato.

                               Ilustra: Clara Varela                        Proyecto:  http://escribemeunailustracion.blogspot.com/
                                                                                                                                                    
Adelina se pasaba horas enteras mirando el cactus. Cada púa era un recuerdo. Amaba aquella planta porque le recordaba su vida. Con muy poco se puede existir y dar frutos rojos. Hablaba con ella por señas, la saludaba al amanecer, compartía el mismo aire. 
Escondía la mano derecha dentro de la manga larga del jersey de Lana. En su mano cerrada, guardaba Adelina un anillo de oro de una boda que no llego a celebrarse. Lo apretaba tan fuerte que le entraba un quejido en el corazón. 
¿Podrían casarse una mujer y un cactus? Tal vez si ella permaneciera quieta podría echar raíces, volverse verde, echar espinas y crecer hasta entrelazarse. Ella amaba aquella inmovilidad plácida, el sol, la lluvia y la brisa helada.
El cactus tuvo un pensamiento, que viene a ser, un endurecer de agujas. Quería abrazarla, caminar, tomarla de la mano, quitarse las espinas y flotar sobre su piel suave. Creyó que si se dejaba mover por el viento y hacía menos fuerza en la raíz, le saldrían piernas y manos. 
Se miraron durante semanas. Ella impasiblemente sonriente y él cada vez más agitado por los elementos, menos arraigado. En un golpe de vendaval, Arrebato, el cactus, se dejó caer sobre los labios de la chica. Las espinas hicieron sangre en las comisuras de Adelina. Arrojó por reflejo a su compañero vegetal al suelo y se puso a llorarlo histérica. No se atrevía a tocarlo, ahora que había probado su dolor ¿Qué se podía esperar del amor de un cáctus? Pero echaba de menos su armonía y su porte esbelto. 
Arrebato, ácido y caído, aflojaba sus espinas. Nunca esperó que un beso hiciera tanto daño. No tenía piernas, ni brazos. Aceptó con resignación su muerte. Adelina, al verlo tieso lo regó con lágrimas. Acercaba las manos para tocarlo pero no se atrevía. Cansada arrojó el anillo escondido a la Aurora hermosa de primavera. Adelina prometía no volver a amar en la vida. Sus corazones se habían secado.
De pronto las nubes rojas se agitaron y empezó a llover con rabia. El agua que caía bañó a los dos enamorados. De los rizomas muertos de Arrebato nacieron piernas, cuerpo, cuernos y pelo suave. Un hermoso corzo donde antes hubo planta. Ella se fue encorvando, llenándose de piel peluda, alargando la boca en morro y pintando sus ojos de negro tierno. Se convirtió en una corza libre. Los dos se olieron, se acariciaron, saltaron bajo los rayos y los truenos. Recorrieron enamorados el bosque y la tormenta. 
El sol salió. Llevaba alrededor de sus rayos un anillo de boda. Adelina y Arrebato vivieron felices para siempre. Por fin al mismo nivel, cosa necesaria para amarse. Los ruiseñores cantaban.

Conoce a la ilustradora

Blog:
http://clarulina.blogspot.com

Web:
www.claravarela.com



martes, 22 de febrero de 2011

Papá, coco.

                                                          Basado en cuento tradicional leonés. Recogido por Julio Camarena a Leoncio Cuevas Cuevas. Caín 1985

Érase una vez un matrimonio muy enamorado. Ella lo besaba de continuo, lo achuchaba y a cada instante recordaba a todo el mundo lo mucho que amaba a su marido ¡Terrible! Cuando volvía a casa caricias por aquí, arrumacos por allá.  Fruto de su gran amor con ellos dormía en la habitación un guajín pequeño. Una noche cualquiera olvidada en el calendario, pero no en la memoria. El crío se despierta y grita:
- ¡Papá coco! - Señalaba su dedín debajo de la cama- ¡El coco Papá!
El padre después de mucha insistencia mira debajo de la cama y encuentra al señor cura algo ligero de ropa.
- ¡Me cago en tu leche! - Lo agarró de la pechera- Si le vuelves a meter miedo a mi niño, te mato.
No todos los miedos son lo que parecen. 

domingo, 13 de febrero de 2011

Lavanda Sonora.

                                                         Dedicado a Marián. Gracias por ser maestra en el vivir y en el sentir.

Los indios Hopi conocían el poder del fuego. Dyani, jovén y bella, amaba la luna y la playa.  De noche se acercaba a la hoguera y al ver las llamas bailar sabía que algo similar habitaba en su corazón. Cuando se llenaba de fuerza, con su vieja flatua de madera de arce tocaba para las estrellas. Las constelaciones se llovían fugaces al son de sus notas y las lechuzas blancas llamaban de puro contento a las hadas y al espíritu del bosque . El mundo entero coreaba su melodía. 

Una noche se lleno tanto de brasas y de lenguas de fuego, que se lanzó a caminar, a dialogar con los sonidos,  los sabores, los tactos y con los olores del planeta. Haría una canción para cada lugar, para cada planta, para cada cielo, para tus ojos que leen esta historia, para los arroyos, para las cataratas... Se volvió un millón de melodías y se mezclo con el viento. 

Cuenta la leyenda que todavía se la escucha cantar en el crepitar del fuego y los que hacen silencio la descubren en sus latidos. Dyani vive feliz. Ha encontrado el amor en los brazos de la magia. Los ancianos dicen que la vieron bailar enamorada en brazos de un gran danzarín cuando el sol se ponía.  Están convencidos: es el mismo fuego que se hizo indio para cuidarla y amarla eternamente.

Cónoce a la inspiradora de este cuento:

Tengo la gran suerte de ser amigo de Marián. Os presento su blog. Un lugar para darle espacio a la música. Si alguna vez queréis ver latir un piano, sonreir una flauta, volar un acordeón... No os la perdáis. Si de alguién se puede decir que nació para ser canción, sinfonía o danza, esa es sin duda de Marián Tuñón.
Lavanda Sonora un punto de encuentro entre la música y los 5 sentidos.


                                             http://marianlavandasonora.blogspot.com/

domingo, 6 de febrero de 2011

Los campanilleros.

                                                                                En memoria de los paseados y de sus pistoleros.

Sólo una vez amé en la vida. Justo cuando mi corazón repicaba los campanilleros, se volvió yermo el campo cordobés. Llamaron a mi puerta a darme el paseillo. Era la hora señalada. Un misterio me hizo asustado seguir sin resistencia los pasos de mi verdugo y por un momento supe que su dolor era el mío, su duelo mi mismo duelo, su ira la misma rabia de mis padres y su dedo; el que apretaba el gatillo, era mi mismo dedo. Acepté mi papel. Un estallido de pajaros cruzó el crepúsculo.

Nada dije antes de morir. En mi silencio pedí a los ruiseñores que le dijeran a mi amada que no había muerto. Regresaría de la muerte para abrazarla y entregarme para siempre. Lo que no sabía es cuantas vidas después ¿ Cuänto dolor pasaría ella por anhelarme? Hoy por fin he regresado para contarlo:

El fusilero, asustado al ver que las flores gemían y los pajarós se disparaban detrás del eco de la bala, calló de rodillas, beso la sangre que mi corazón manaba y entendió la miseria de los hombres. Aceptó la injusticia oculta que le había llevado a tomar el papel que todos parecían haber olvidado. Manchados sus labios de mi sangre hice de su boca el templo de la poesía y le di gacias por matar mi cuerpo. Su sangre y mi sangre se mezclaron. Juntos hicimos la familia humana, el califato universal, la nueva Jerusalen, la divina Roma ecuménica. El orgullo que divide a los hombres se fue con el vuelo de las cornejas.

Kain y Abel caminaron juntos disfrutando del paisaje.


"CAMPANILLEROS" EN "SE LLAMA COPLA" youtube.com